Véronique

Tengo que confesarlo: mi mejor amiga me ponía nerviosa, me irritaba. Hasta la médula. Cada vez con mayor frecuencia.
- ¡Eh, Gabrielle, estás en la luna o qué! --repitió Véronique--. ¿Qué hacés el viernes a la noche?
- El viernes a la noche voy al teatro con Francis --le respondí por décima vez--. Es su primer franco desde que trabaja en La Criée y decidimos pasarlo juntos. Él y yo. Solos.
Solos. Tenía que agregar esa palabra. Insistir. Si no, ya sabía, mi amiga me hubiera propuesto encontrarse con nosotros en algún lugar después del teatro. Porque se había vuelto invasora, controladora, omnipresente, desde que nos habíamos reconciliado.

[...] El control que intentaba ejercer sobre mis actividades, preguntándome sin cesar qué iba a hacer el día siguiente, el otro o la semana próxima. Luego, cambiando mis "de acuerdo, puede ser que hagamos eso" por "sí".
Su competitividad sin límites y su creciente deseo de compararse con los demás. Conmigo, sobre todo. Y en todos los planos.